Entre las competencias blandas, que cada vez toman más protagonismo en el desarrollo profesional, se encuentran las habilidades comunicativas. El contador, consciente de su importancia dentro de la organización, debe convertirse en un orador calificado que logre comunicar, demostrar y convencer.

Por Johana Cano, asistente de investigación del INCP.

Para el ser humano la comunicación es un proceso imprescindible a lo largo de su vida, a todo nivel, que ejecuta de manera habitual y de diferentes maneras. Sin embargo, el expresarse con ‘la palabra’ como un medio para convencer, demostrar, explicar, motivar, entre otros, constituye una habilidad que no a todos se les da fácilmente, mucho menos cuando involucra a varias personas, como un auditorio repleto de oyentes.

Según la Real Academia Española (RAE), la ‘oratoria’ es el arte de hablar con elocuencia. O como un “género literario que se concreta en distintas formas, como el discurso, la disertación, la conferencia, el sermón, etc.”. Es precisamente esta definición relativa a la elocuencia o persuasión la que pretendemos destacar, pues describe una habilidad por desarrollar, que, además de ser necesaria, puede ser de gran utilidad para el contador público como comunicador de información crucial; proponente de soluciones innovadoras; agente motivador entre los colaboradores y exponente de las realidades internas, externas o de carácter estratégico ante la alta dirección o demás interesados. Es decir, al desarrollar esta competencia, el contador puede ser un catalizador y miembro activo en la toma de decisiones que conduzcan el destino de la organización.

Conseguir esto no es algo reservado exclusivamente para aquellos que debido a su carácter y habilidades particulares se les facilite este tipo de interacciones. La oratoria, en palabras de Guillermo Ballenato Prieto, es “una cualidad que se puede potenciar y que, generalmente, resulta esencial para el éxito personal, académico, social y profesional.” Para este autor, convertirse en un orador demanda trabajo, involucra aprendizaje, técnica y práctica, y declara que “la clave reside en adoptar una actitud positiva mientras se aplican una serie de técnicas”.

Por otro lado, en las diferentes investigaciones en torno a la oratoria, que van desde las obras clásicas de Aristóteles, Cicerón y Quintiliano hasta los escritores modernos, se abordan aspectos clave que sin duda ofrecen una metodología apropiada para reformular la mejor manera de transmitir, compartir y aproximar las ideas con el público: el discurso, el orador y el oyente.

Con el ánimo de proveer herramientas apropiadas, te presentamos a continuación 13 consejos de utilidad para el desarrollo de esta importante habilidad profesional a partir del documento: “Guía práctica: Hablar en público con eficacia” del formador y coach en comunicación Manu Marañón.

Preparación de la intervención 

  1. Preparación = credibilidad:

En este primer punto la premisa es clara, un conocimiento profundo de la materia a tratar distingue a un orador preparado, experto y conocedor; denota seguridad y de esta misma forma es percibido por el público. “La credibilidad de quién habla está relacionada con el dominio y compromiso con el tema. Si el público observa precisión, certeza y actitud ante el tema, estamos cimentando el éxito”. 

  1. Define tu objetivo:

El autor afirma que son diversos los objetivos que motivan al orador y se puede correr el riesgo de perderlos de vista. “Hay charlas que buscan informar, sensibilizar, formar, convencer, mover a la acción, entretener, hacer reflexionar, generar contradicciones… y en casi todas las ocasiones, un poco o mucho de todo ello. En este punto, es importante contemplar los diferentes objetivos que puede tener en mente un contador público en relación con sus funciones y papel dentro de la compañía, las cuales pueden ser: informar, explicar, convencer, proponer o persuadir.

  1. Conocer al público

Es decisivo para el éxito del orador conocer todo respecto a los receptores de su mensaje, a fin de cumplir de manera efectiva con los objetivos planteados. “Hay que conocer o informarse del público a quien se va a dirigir. Por ejemplo: ¿Qué actitudes presentan…, aceptación, oposición, indiferencia? ¿Sexo, edad, nivel de formación, conocimiento del tema… del público? ¿Por qué van a acudir a escucharte?

  1. Las pruebas: La base de los argumentos

Es claro que ninguna postura puede ser fuerte sin soportarse en hechos ciertos, pues estos ayudan a demostrar y reafirmar nuestra posición. “La búsqueda de argumentos, es uno de los recursos de comunicación que más se descuida. Las pruebas son la base de los mismos. Serán un elemento clave en la formulación adecuada y la eficacia del discurso”. 

La formulación adecuada y la eficacia del discurso

  1. Ve al grano

Sobrealimentar tu discurso con demasiada información, en la que se puede aludir a hechos no relevantes, podría hacer que se pierda de vista el mensaje principal que quieres transmitir, lo cual es un error que se debe evitar. “Todo no es importante, ni prioritario. Reduce el contenido a lo fundamental, sobre la base del punto clave, la idea o mensaje fundamental: Menos es… más. Lo no esencial es ruido. El gran secreto de aburrir a la gente es contarlo todo”.

  1. Lenguaje claro y sencillo:

El autor explica que en nuestro afán por demostrar cuan preparados estamos podemos emplear un lenguaje demasiado técnico que podría llevar al oyente a confundirse y no comprender nuestro punto. “Mucho cuidado con las palabras técnicas o poco entendibles, las jergas desconocidas o el uso excesivo de anglicismos. En general, el lenguaje profesional y corporativo (docentes, abogados/as, ingenieros, médicos etc.) comunica poco. Hay un abuso del lenguaje especializado, que aburre incluso a los especialistas y expertos en la materia”.

  1. Credibilidad:

“Lo importante no son los números, sino su contexto y significado, para que la audiencia lo visualice. Pocos, pero buenos y comprensibles. Que sean objetivos, creíbles, provenientes de fuentes con prestigio”.

  1. La historia, la narración, incidentes, anécdotas, experiencias, testimonios…

Esta puede resultar ser una gran estrategia para dar dinamismo a tu discurso y establecer una relación de confianza con el público. “Dan vida, alegría y ayudan a vestir la charla. Nos ayudan a mejorar la expresividad, entonación, uso de la voz, lenguaje no verbal. Deben tener relación directa con el tema y han de ser verdaderas”.

  1. El ensayo previo:

Sin duda es válido contar con una preparación previa, en un ambiente privado que te ayude a identificar maneras de mejorar tu exposición. “En tu casa, ante una cámara de vídeo, o delante de alguna persona conocida, te servirá para: detectar el tiempo, las deficiencias, las partes vulnerables de la charla y, además, estarás a tiempo de corregirla”.

El lenguaje corporal 

  • Velocidad, respiración, pausas:

En general, hablamos bastante rápido. Cada persona debe buscar su ritmo. Las pausas ayudan a gestionar la velocidad y permiten respirar. Trabajar de manera consciente la velocidad, la respiración y las pausas, tiene grandes ventajas: facilita el “ver” al público y percatarse de sus reacciones; mayor expresividad con las manos, cuerpo; voz de mayor calidad en la dicción, el tono, el volumen, a la hora de enfatizar”. 

  • Relación entre gestos y contenido

Un orador debe combinar su elocuencia a la par de sus actuaciones, sincronizando el sentido de su mensaje con sus expresiones. “El gesto debe provenir de una situación de identificación personal con lo que se está exponiendo, los objetivos y el tipo de auditorio. Y debe anticiparse a la palabra o acompañarla”.

  • La mirada:

“Es el recurso que, con diferencia, más debes cuidar. Todo lo demás relacionado con la expresión y las manos, vendrá condicionado por la mirada. Utilizar y gestionar bien la mirada marcará todo lo demás”.

  • Las manos sueltas y libres

El autor señala que “las manos son una fuente de expresión extraordinaria. Se moverán solas de forma espontánea si pones ganas y entusiasmo. Habla con las manos. Debes evitar situarlas en la espalda, meterlas en los bolsillos, ocultarlas, retorcerlas o frotarlas, señalar a la audiencia y tener los brazos cruzados”. 

  • La persuasión

Al respecto, Marañón afirma: “Se trata de que hagan algo y pasen a la acción. Mejor invitar que tratar de arrastrar o empujar, porque nos puede alejar de las personas. Invita sin coacción, ofreciendo libertad absoluta para que vengan o hagan lo que pides o sigan otro camino. Se trata de provocar reacciones racionales (cerebro) y afectivas emocionales (corazón), al mismo tiempo. Razón y afectividad deben estar unidas en tu discurso”.